IRON MAIDEN
Su inconfundible avión, un Airbus 727 bautizado como Ed Force One, surca los cielos en busca de una nueva pista de aterrizaje en la que posarse y regurgitar el imponente equipo de música. Su camaleónica mascota Eddie adorna las camisetas de millares de fieles metaleros, los mismos que no dudan en colgar el cartel de “no hay billetes” cada vez que sus héroes ponen un pie en tierra firme. Sus nombres ya han encabezado los créditos de una película —Flight 666— y, a la espera de nuevo material, sus discos continúan vendiéndose en todo el mundo ajenos a cualquier tipo de crisis. Por estos y otros motivos Iron Maiden es considerada una de las bandas más influyentes del Heavy Metal. Pero aviso a navegantes, no se trata de ninguna moda pasajera, sino de unos viejos rockeros que llevan agitando sus melenas desde la década de los setenta y sin fecha de caducidad conocida, tal y como apuntó hace tiempo su actual vocalista en la revista Metal Hammer: “esta banda no tiene jodidos límites. Si hay un fan metalero en la Luna llegaremos hasta él”.
Concretamente el origen de la historia
lo encontramos a finales de 1975 en Leytonstone, una zona del este de
Londres que había visto nacer a Alfred Hitchcock 76
años atrás. Y aunque en estos momentos la pereza me impide confirmaros
si el parto del cineasta británico fue sencillo, lo cierto es que el de
sus vecinos fue más bien lo contrario, fórceps incluidos.
Después de algún que otro cambio de cromos, a mediados del 77 la formación de la banda quedó configurada de la siguiente manera: Steve Harris (bajo), Dave Murray (guitarra), Paul Di’Anno (vocalista) y Doug Sampson (batería).
Fue entonces cuando el cuarteto empezó a ofrecer sus primeras
actuaciones en torno a la capital inglesa, actuaciones en las cuales se
dio a conocer por su incombustible sonido, sin conservantes ni
colorantes. Además, y aprovechando su creciente tirón, decidieron pagar
de su propio bolsillo The Soundhouse Tapes, el
EP de su debut. Podríamos especificar el importe de aquello, de
acuerdo, pero al fin y al cabo resultaría irrelevante ya que terminó
siendo rentable, y no tardaron mucho en comprobarlo. Resumiendo, el
casete en cuestión pasó de mano en mano hasta que acabó en poder de la
discográfica EMI, y ésta les puso sobre la mesa un contrato que no
pudieron rechazar.
De esta manera, y con un par de caras nuevas entre sus filas, las de Clive Burr (batería) y Dennis Stratton (guitarra) —Sampson abandonó la formación— lanzaron en 1979 su primer single, Running Free, y un año después, el primer álbum. Iron Maiden siguió la estela de Black Sabbath y Uriah Heep
para escalar posiciones a una velocidad vertiginosa en las listas de
Reino Unido, con temas ásperos, sombríos y rotundos como el citado Running Free, Prowler o Phantom of the Opera, y con el rostro del monstruoso Eddie en la carátula.
Tras un Killers (1981) más discreto, en el que ya participó Adrian Smith —tomó el relevo de Stratton—, Di’Anno cedió su lugar junto al pie de micro a Bruce Dickinson,
quien contaba con un registro vocal más apropiado para el Heavy Metal
que su antecesor (más Punk). Corría el año 1982 y así llegó The Number of the Beast,
el trabajo de la consolidación y el que alcanzó el número uno en las
Islas por primera vez. La trayectoria del grupo mantuvo el rumbo
ascendente durante la década de los ochenta gracias fundamentalmente a Piece of Mind (1983) y Powerslave (1984). No menos exitosos resultaron Somewhere in Time (1986) y Seventh Son of the Seventh Son
(1988), pero mostraron un corte diferente, más variado, como demuestra
el uso de sintetizadores, algo inédito en Iron Maiden hasta entonces.
En 1990 Adrian Smith dejó la banda poco antes de la publicación de No Prayer for the Dying,
y él se lo perdió puesto que el álbum pasó a la historia por albergar
la primera canción del grupo en coronar los ránquines de ventas, Bring Your Daughter… to the Slaughter. Pero el cuento tomó otra dirección cuando, después de publicar Fear of the Dark en
el 92 —otro éxito en mayúsculas—, Dickinson se despidió de sus
compañeros para centrarse por completo en su carrera en solitario. Pues
bien, aquella “dirección” fue en picado y sin paracaídas, situación que
superó al nuevo comandante y voz de la banda, Blaze Bailey (ex Wolfsbane), quien asistió como testigo de excepción a la caída del aparato con The X Factor en 1995, y a la combustión de los restos con Virtual XI
en 1998. Sin embargo, y pese a la aparatosidad del accidente, no hubo
que lamentar víctimas… salvo Bailey, quien salió de la cabina como había
entrado, es decir, sin hacer ruido.
Afortunadamente para Iron Maiden, el
sustituto fue un viejo conocido, Dickinson, quien se puso manos a la
obra dispuesto a conseguir que la aeronave remontara el vuelo como en
los viejos tiempos. Y vaya si lo hizo. Brave New World (2000) devolvió
a los británicos a lo más alto del panorama mundial, de donde no
volvieron a apearse. Algo más que meritorio si tenemos en cuenta que en
lugar de vivir de las rentas, más tarde se la jugaron con cuatro nuevos
trabajos de estudio, Dance of Death (2003), Death of the Road (2005), A Matter of Life and Death (2006) y The Final Frontier (2010), a los que acompañaron nuevas y maratonianas giras. En la actualidad Iron Maiden consta de tres guitarras (Janick Gers, Dave Murray,
Adrian Smith), un batería (Nicko McBrain), un bajo y único miembro que
jamás abandonó el grupo (Steve Harris) y un vocalista que pilota
realmente el avión con el que todos ellos sobrevuelan el mundo (Bruce
Dickinson).
¿Qué les deparará el futuro? Sólo podemos aguardar con impaciencia la llegada del momento en que La Bestia surque los cielos por enésima vez y deje tras de sí su legendaria estela de Heavy Metal.
- Fuentes consultadas:
STRONG, Martin C., The essential rock discography, Canongate Books, Edimburgo, 2006.
INGHAM, Chris, Metal Hammer, nº 249
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