Crónicas, entrevistas y retro-reseñas

WOODSTOCK 1969


 
Tal día como hoy, hace cuarenta y cinco años, arrancó el Festival de Woodstock, o mejor dicho, la Feria de Arte y Música de Woodstock (The Woodstock Music & Art Fair), la denominación oficial que recibió. Tres de días de música envueltos en un halo de paz difícil de repetir en plena Guerra de Vietnam: 15, 16 y 17 de agosto de 1969. Días que, con el paso del tiempo, alcanzaron una relevancia casi impensable por aquel entonces, hasta el punto de ser considerado en la actualidad uno de los eventos más importantes en la historia de la música. Ni organizadores, ni artistas, ni asistentes, es decir, nadie se atrevió a imaginar que aquel escenario levantado sobre un lodazal en mitad de la nada terminaría siendo el éxito que hoy rememoramos. Porque una cosa fue la idea original y otra muy distinta, el resultado final, tanto para lo bueno como para lo malo o menos bueno.
  
Michael Lang, el padre de la criatura, pretendía celebrar un festival en Wallkill, Nueva York, en 1969 tomando como modelos el Monterey Pop de junio del 68 en California y el acontecido en el londinense Hyde Park en julio del mismo año. En él actuarían los nombres más prometedores del panorama musical de la época, del más “alternativo”, entre ellos Led Zeppelin, The Doors, Bob Dylan, Jethro Tull, The Byrds, The Who, Jefferson Airplane o el citado Hendrix, ante la atenta mirada de unos 200 000 espectadores y las cámaras de Michael Wadleigh, quien se encargaría de rodar Woodstock Festival: tres días de paz, amor y música, documental que ganaría un Oscar en 1971 y en el cual también trabajó Martin Scorsese. Vamos, el negocio perfecto.

Y así fue, un negocio, aunque tal y como adelantamos no se produjo exactamente de esa manera ni en ese momento. Los gobernantes de Wallkill no aceptaron acoger el evento temerosos de una “invasión” juvenil, cuando tan sólo restaba un mes para su inicio. Afortunadamente para Michael Lang, en su camino se cruzó un tal Elliot, apellidado igual que cierto río que nace en los Apeninos y atraviesa Roma. Pues bien, el señor Tiber, quien regentaba un motel en Bethel —también en Nueva York y en torno a una hora de Wallkill—, le puso en contacto con Max Yasgur, vecino y propietario de terrenos agrícolas en las cercanías de la localidad, donde además comerciaba la leche de sus reses, para tratar de lograr el alquiler de una parcela. Hubo acuerdo y se pagaron, o mejor dicho, John Roberts y Joel Rosenman, los socios capitalistas de Lang, pagaron 75 000 dólares por 600 acres de hierba.

A pesar del visto bueno de las autoridades locales, la noticia de la inminete  llegada de 50 000 visitantes —cifra que astutamente presentaron Lang y compañía, a sabiendas de que la auténtica era cuatro veces mayor como ya señalamos— no fue recibida con tanto agrado entre los lugareños, quienes invitaron a cambiar de parecer a Yasgur mediante un “bloqueo” consistente en no comprar su leche. No funcionó el invento, la leche y el Tíber siguieron su curso y Bethel, a 69 km de Woodstock, se convirtió definitivamente en la sede del Festival, y de ahí lo de su nombre.



Una vez el escenario estuvo instalado a la sombra de la colina que dominaba la granja para facilitar  la visibilidad en la medida de lo posible, se entiende, al igual que un par de quioscos de venta de comida, comenzaron a acampar los esperados 50 000 festivaleros —millar arriba o abajo según la fuente consultada—, los mismos que habían adquirido sus entradas a unos 18 dólares de entonces lejos de allí, puesto que en el recinto no había taquillas (por no haber no había publicidad, algo impensable en nuestros días). Y entonces llegó el viernes 15 de agosto de 1969 y con él se fueron al traste todos los planes, al margen de las ausencias en el cartel de Led Zeppelin, The Doors, Bob Dylan, Jethro Tull y The Byrds, que por unas causas o por otras finalmente rechazaron la oferta de formar parte de él.

Y es que instantes antes de que subiera al escenario el primer músico, la carretera de acceso al lugar estaba sorprendentemente sumida en un atasco kilométrico. De hecho, las bandas tuvieron que ser desplazadas hasta allí en helicóptero, pero aún así hubo una que no logró llegar a tiempo, Sweetwater, y para más inri era la encargada de dar el pistoletazo de salida de Woodstock. Por este motivo, el que estrenó el evento pasadas las 17:00 horas fue Richie Havens, cuya actuación arrancó con High Flyin’ Bird y concluyó con Freedom (abajo), una canción genialmente improvisada sobre la marcha y elevada más tarde a los altares de himno de una generación, la de las flores y el amor libre, la droga consumida en pipas de papel de plata y el sentimiento antibelicista, es decir, la generación hippy.


De modo que aquel día 15 de agosto, alrededor de la colina de Woodstock, se congregaron más de 50 000 hippies, y de 200 000… fueron unos 450 000, un número que superó con creces las expectativas de propios y extraños, incluidas las de la organización, lógicamente. Y  como ésta no tenía manera de controlar tal marea de gente y hacer que cada cual comprara su entrada, o desalojarlo, decidió que el Festival pasara a ser gratuito en detrimento de sus intereses y salud económicos. Entonces comenzaron unas jornadas de armoniosa y multitudinaria convivencia con el Rock ‘n’ Roll como excusa y fundamento. Algo muy meritorio si se tiene en cuenta que transcurrieron en medio de la falta de organización citada anteriormente y de unas condiciones insalubres  fruto del hacinamiento y de la lluvia que convirtió aquello en un barrizal. Mientras el gobernador Nelson A. Rockefeller declaraba el condado zona catastrófica y el ejército repartía medicinas y comida desde las alturas, se produjeron varias muertes a lo largo del Festival; dos por sobredosis y una ocasionada por un tractor que atropelló a un individuo.
 
Pero nada interrumpió la orgía de música iniciada por Richie Havens y ese mismo viernes tocaron otros como The Incredible String Band, Bert Sommer, Sweetwater —quienes a pesar de los pesares también participaron— y una embarazada de seis meses Joan Baez, que firmó la última actuación de la jornada al amparo de la noche con We Shall Overcome.

 
Más y mejor pisó el escenario unas horas después. Un sábado que empezó en Woodstock al mediodía con la intervención de los estadounidenses Quill, a quienes siguieron John Sebastian (en la imagen, de Henry Diltz/CORBIS), un joven de 22 años llamado Carlos Santana, que obsequió a los presentes con punteos y temas intemporales como Evil Ways o Soul Sacrifice, Mountain, Grateful Dead liderados ya por Jerry García, Creedence Clearwater Revival, Janis Joplin acompañada por The Kozmic Blues Band, o Jefferson Airplane, el máximo exponente de la música psicodélica de la época, y quizás el gran revulsivo en el listado de bandas que se dieron cita en Woodstock con temas de la talla de White Rabbit.


De madrugada, los encargados de cerrar la velada fueron los Who  con su mítica formación original al completo, esto es Pete Townshend a la guitarra, Roger Daltrey como vocalista, Keith Moon en la batería y John Entwistle de bajo. Tras de sí dejaron canciones como la célebre My Generation o la no menos conocida Pinball Wizard.


La última jornada empezó con la misma calidad de la que hizo gala la anterior, y así la inconfundible voz de Joe Cocker (en la fotografía) dio forma entre otras a With a little Help from My friends. Acto seguido la tormenta obligó a realizar un paréntesis en el programa, pero cuando se reanudó retomó el pulso de la mano de The Band, Johnny Winter o Crosby, Stills, Nash & Young, grupo que precisamente  en 1970 triunfaría en Reino Unido con un tema dedicado al Festival, Woodstock. El último en aparecer fue Jimi Hendrix, quien a pesar no tener que demostrar nada a nadie, dejó constancia de su maestría con una púa entre los dedos en canciones como Foxy Lady, Fire, Voodoo Child, Purple Haze o Hey Joe. Abandonó el recinto bajo el sol del lunes 18 de agosto, después de interpretar su particular versión del himno de Estados Unidos (bajo estas líneas).
 
 
El legendario músico  falleció un año después en Londres, pero para entonces ya había entrado a formar parte de la Historia, también de la del festival, aquella grabada en una placa de cierta granja de Bethel que recuerda al visitante lo mismo que hoy celebramos. Woodstock, su espíritu, vive. 



Fuentes consultadas:
efeeme.com
rtve.es
lavanguardia.es
elpais.com
publico.es
farodevigo.es
mercuriovalpo.cl
imdb.com

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