Crónicas, entrevistas y retro-reseñas

NACHO VEGAS ES MUY BUENO Y PARA DAR FE DE ELLO NO ES NECESARIO SER NOTARIO [CRÓNICA]


El titular es larguísimo y me apuesto lo que sea a que a cierta profesora de la Complutense de Madrid no le haría ninguna gracia. “No es informativo”, o algo por el estilo me diría, y quizás no le falte razón pero lo que no podría negar, de haber visto lo mismo que vio un servidor hace un par de días,  es que se trata de una verdad como un templo y parte de otro. Si recientemente os puse al corriente acerca de mi no asistencia al concierto de AC/DC en la capital española,  ha llegado el momento de que sepáis que al menos a un gran espectáculo sí asistí a lo largo de la semana que está a punto de concluir.

Ni nació en Escocia ni pasó la adolescencia en las antípodas, y ni falta que le hizo, porque Nacho Vegas (Gijón, 9 de diciembre de 1974) se basta con una guitarra bien afinada para demostrar que es un fuera de serie. Por no necesitar, ni siquiera necesita mover las pestañas sobre el escenario, o al menos eso fue lo que hizo el pasado día 4 de junio [de 2009] en el Teatro Circo Price de Madrid, donde el músico asturiano presentó El Manifiesto Desastre (2008), su último álbum,  y cerró su gira de salas. Pero como es costumbre, antes, pasadas las 19:00 horas, hubo que aguantar al telonero de marras, quien en esta ocasión respondía al nombre de Aaron Thomas

Si no te sugiere nada, tranquilidad, a mí me ocurrió lo mismo. De hecho creo que encabeza la lista de los teloneros más desconocidos a los que jamás me haya enfrentado, pero después de escucharlo pasó automáticamente a la de los mejores, no miento, anotad la matrícula porque vale la pena —tanto la suya como la de la joven que se encargó de los coros y segundas voces, Rebecca Lander, otro prodigio según mis colegas de butaca, los mismos que un buen día me presentaron a “Michi Panero”—. Pero como este mundo es así de injusto, a Aaron no le dejaron cantar las dos últimas canciones que había anunciado, aunque a más de uno o una no pareció importarle demasiado. Las ganas de ver a Nacho en acción campaban a sus anchas.

En fin,  alrededor de las 21:15, minuto arriba o abajo, el señor Vegas pisó las tablas del Circo cual domador dispuesto a encerrarse, látigo en mano, con una manada de hambrientos leones en celo —por cierto, para deshacer el símil sólo tenéis que cambiar “látigo” por “guitarra” y “leones” por “humanos”, el resto dejadlo tal y como está—.

Y menos mal que no se hizo esperar más, porque lo de las ganas a las que me refería unas líneas por encima no lo había visto antes. Fue asomar la melena del gijonés por un rincón y comenzar a oír gritos, pero no de estos de histeria quinceañera, qué va, sino nombres que a medida que avanzó la velada descubrí que eran los títulos de sus temas. Eso es entrega y no lo que practican algunas empresas de mensajería.
 
Y ahora que me fijo, acabo de delatarme, y es que me planté allí, en primera fila de platea, con una única canción en el bolsillo, pero qué canción: El hombre que casi conoció a Michi Panero. Del resto, pues sinceramente, en el mejor de los casos un acorde por aquí, un verso más allá… y a pesar de este aparente problema, al final de eso nada, naranjas de la China. Cualquier apelativo positivo que pudiera dedicar a su directo sería escaso, aunque ya que estamos uno sí escribiré: emocionante. Su voz, el rockero acompañamiento instrumental, el curioso marco del Circo Price, todo impecable.

Si no recuerdo mal arrancó el concierto con pistas de su último trabajo El Manifiesto Desastre, como era de esperar, y en concreto con Mondúber, magnífica. Poco después llegó el turno de Dry Martini, S.A., la tercera de la noche, ya no sabría decir si igual o mejor que la otra. Y a continuación, primicia, bueno,  a medias porque el bueno de Fer ya nos había dado el chivatazo: Nacho estrenó en directo el tema Marquesita. A partir de ese instante no tuve más remedio que dejar lo de aprendiz de periodista para disfrutar como se merecía de aquella lección magistral de Folk Rock. 

Que te vaya bien Miss Carrussel, El tercer día, Morir o matar, Secretos y mentiras, Chucho malherido… a cada cual mejor, y entre ellas nuevas peticiones a viva voz  que se apagaban de golpe antes de que Nacho volviese a la carga —vamos, como si aquéllo fuera un partido de tenis de Rafa Nadal—, y el incansable ¡bravo! de una fémina a nuestras espaldas. Fémina que involuntariamente protagonizó un par de buenas anécdotas, a saber: al final ese ¡bravo! resultó ser Bravo, otra canción, y que  en torno al ecuador del concierto sonó Ocho y medio y nuestra vecina de butaca se echó a llorar  desconsolada, aunque se las apañó bien para continuar cantando.

Mientras tanto Nacho Vegas a lo suyo, frente al micrófono, prácticamente inmóvil, rasgando sus guitarras y dedicándonos algunas palabras de vez en cuando, curioso, ya que tenía entendido que no solía hacer cosas así muy a menudo, qué se le va a hacer, fue nuestro día de suerte. En estas que el asturiano se despidió y abandonó el escenario, y claro, pues no sabía yo muy bien qué pensar. Pero regresó después de hacerse bastante de rogar, vaya si regresó, para obsequiarnos con dos bises. El último, y casi contra todo pronóstico, El hombre que casi conoció a Michi Panero, y entonces los que nos quedamos sin palabras y casi soltamos una lagrimita fuimos nosotros, o quizás no, ¿pero no me digáis que no era un buen final para una crónica? Lo que yo os diga, Nacho Vegas es muy bueno y para dar fe de ello no es necesario ser notario…
 
 
Texto: Alberto C. Molina

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